Así, Maestro,
no celebraremos la Cena
en nuestras comunidades,
la Eucaristía que nutre nuestro camino,
y no sabemos hasta cuándo…
Estamos desorientados y confusos,
atónitos y perplejos.
Pero, responsablemente,
nos atenemos a cuanto se nos pide
para frenar el contagio
y salvar a los débiles, como tú nos enseñaste.
Que este ayuno
el más duro de los ayunos,
nos convierta en lo más profundo,
nos ayude a recobrar la fe de los mártires,
el ardor de los enamorados,
nos una a las comunidades perseguidas,
a cuantos no pueden celebrar por falta de sacerdotes,
nos abra la mente y el corazón
para comprender qué don tenemos en las manos,
qué fuente inagotable custodiamos
demasiado a menudo con culpable superficialidad.
Que este tiempo de ayuno
sea deseo,
llama que se reaviva,
espera de la Pascua.
Gracias, Señor
por este inesperado
y exigente signo.
Haznos capaces.
Paolo Curtaz (ITALIA)